lunes, 28 de julio de 2008

Una vuelta por el purgatorio...

Hacia tres meses que no me cortaba el pelo… no era por seguir la moda, tampoco por una apuesta, ni mucho menos para ahorrarme veinte pesos. Simplemente me negaba a pasar treinta minutos hablando con el peluquero. Cualquier persona que sea o se crea despierta me preguntaría por que no cambio de lugar, la respuesta es que ya lo intenté. No hay caso…es como ver una piedra, si viste una, viste todas… si conoces a uno, los conociste a todos.
Evadir pasar ese tiempo sentado frente al espejo me ayudo a ganarme apodos como “peluca” y otros mas ridículos, pero prefería esto a enfrentarme a esa situación. Era obvio que el día llegaría… y llegó. Puedo decir que en mi afán de restar minutos perdidos, dedicados a esta actividad, elegí un lugar que me quede de pasada del trabajo a mi casa, y el día fue el más gris y ventoso de los últimos dos meses. Puedo adivinar que cualquier persona que se jacte de no ser para nada maniática me diría “ tanto tiempo ganaste? Que exagerado”… siéntanse invitados a multiplicar la hora y media que se pasa entre: ir al lugar, esperar su turno, cortarse y volver a su casa; por 12 veces (calculando un corte por mes) a lo largo de un año, pasarían lo que lleva llegar hasta puerto madryn cortándose el pelo… mucho peor… Hablando con el peluquero.
Intente entrar al local luminoso con tijeras grises pintadas en el vidrio de la puerta, pero estaba cerrado. Pocos segundos después me abrió la puerta y me invito a pasar, nos saludamos dándonos la mano y me senté en su sillón negro de frente a un espejo que ocupaba toda la pared. El hecho de que yo este sentado mientras el seguía parado a mi lado, sumado a la sensación de amplitud que nos vende engañosamente el espejo, mas el gran tamaño del sillón y la incomodes de tener un cobertor gastado de tantos lavados atado al cuello me hacían sentir que no tenia escapatoria, habría que contestarle las preguntas y seguirle sus diálogos tanto tiempo como el elija que tardaría en terminar con su trabajo.
Me pregunto por mi trabajo anterior, por el actual, y seguramente tenia planeada preguntarme por el próximo. No se olvido de indagar por los sueldos de toda la empresa y de todas y cada una de las “minitas”, como le encantaba decir mientras sonreía con cara de sádico y se le asomaba un hueco negro donde alguna vez una muela formó parte de su maxilar superior. Me esforcé por demostrar que cada risa o comentario que recibía de mi parte eran más falsas que las anteriores, pero parecía no importarle.
Durante un momento de lucidez se me ocurrió cerrar los ojos y comentarle lo cansado que estaba después de viajar en el tren cual sardina en una latita, pero el, mucho mas despierto que yo me quiso dejar tranquilo con una frase muy poco feliz “ quedate tranquilo que yo mientras te sigo hablando, que mal que anda el tren que viene por estos pagos, no? Ja ja ja”…. Mi cara inmutable… mi voz se llamo al silencio… Aguanté en ese estado dos minutos. Por que aprovechó que debía preguntarme como me dejaba las patillas para averiguar que miraba en le televisión a la noche mientras comía… Nunca imagine que a alguien le podía importar que mira la gente mientras come… pero parecía que a el si. Le conteste que alguna película por que los programas que había para ver no valían la pena. Era obvio que el tema no terminaría ahí, me contó indignado que no podía comer y leer subtítulos al mismo tiempo, que prefería mirar como bailaban en un caño y que había gente que se quejaba de las traducciones por que se perdía la voz original de los actores. Como tenia una navaja en la mano a 3 centímetros de mi yugular no me pareció necesario ni inteligente decirle que yo era uno de “los otros”, y por quinta vez esboce una sonrisa muy de juguete.
También quiso saber si tenia novia, mas sobre mi trabajo, sobre la facultad, sobre mis “compañeritas” (otra vez su risa draculiana), sobre mis vacaciones, y en algún punto demandaba que le ponga un puntaje a todas las “minitas” que pasaban por su vidriera, actividad que me ponía incomodo pensando que en cualquier momento pasaba su hija, su empleada, su amante o su empleada amante, y que justo yo les pondría un diez quedando en una situación poco remontable, menos remontable que la actual. Le regale la sexta sonrisa con enduido en mis músculos.
La pregunta numero 200 fue la única que me pareció una buena pregunta: “te gusta como te quedó el corte”, la verdad es que ni amagué a mirarme en el espejo, le dije que si con ganas de irme corriendo. Le pagué los 20 pesos que decía el cartel, pensé si había que darle propina, pero me pareció que no, lo salude con la mano acompañando el gesto con la frase “nos vemos cuando me crezca el pelo” y me perdí entre la gente que caminaba por la calle…

Mientras cerraba desde adentro la puerta con llaves, el peluquero pensó “tendría que haber sido jardinero, esto de estar 12 horas por día escuchando gente no da para mas, que me importa si este nabo aprueba o no las materias de la facultad o si cambia de trabajo”… dio media vuelta y palpó sus bolsillos traseros buscando los cigarrillos justo antes de dar vuelta un cartelito plástico que colgaba de la puerta transformando una señal de “ABIERTO” en “CERRADO”…